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24 DE FEBRERO DE 2013, WASHINGTON
Se cumplen 42 años de aquel momento del 5 de febrero de 1971,
cuando a las 10:18 de la mañana hora peninsular española aterrizaba con
éxito la tercera misión humana a la Luna en el Apolo 14.
Mientras los astronautas Alan Shepard y Edgar Mitchell daban sus primeros pasos en la formación Fra Mauro, un pastor y científico de la NASA llamado John Stout vio cumplida otra misión (también lunar, pero muy distinta) que llevaba años planeando sigilosamente: llevar la Biblia a la Luna. Aquel martes pasó a ser, sin que la mayoría del mundo lo supiera, el día en el que la primera copia del libro sagrado cristiano abandonó la Tierra para posarse en un punto del espacio exterior.
LAS NANOBIBLIAS LUNARES
El Apolo 14, la misión de Mitchell, Shepard y Stuart Roosa, llevaba en sus entrañas cien nanobiblias, Biblias en miniatura. Se trataba de un cargamento extraoficial que, una vez de vuelta en la Tierra, se convirtió en objeto de culto.
Mientras los astronautas Alan Shepard y Edgar Mitchell daban sus primeros pasos en la formación Fra Mauro, un pastor y científico de la NASA llamado John Stout vio cumplida otra misión (también lunar, pero muy distinta) que llevaba años planeando sigilosamente: llevar la Biblia a la Luna. Aquel martes pasó a ser, sin que la mayoría del mundo lo supiera, el día en el que la primera copia del libro sagrado cristiano abandonó la Tierra para posarse en un punto del espacio exterior.
LAS NANOBIBLIAS LUNARES
El Apolo 14, la misión de Mitchell, Shepard y Stuart Roosa, llevaba en sus entrañas cien nanobiblias, Biblias en miniatura. Se trataba de un cargamento extraoficial que, una vez de vuelta en la Tierra, se convirtió en objeto de culto.
Personalidades como George Bush padre y Richard Nixon recibieron como
regalo alguna de estas “Biblias lunares”, así como muchos trabajadores
de la NASA que formaban parte de un grupo cristiano llamado la Liga de
Oración del Apolo.
Pasados los años, el recuerdo de aquella misión “espiritual clandestina” casi se ha borrado, pero las diminutas biblias siguen valiendo miles de veces su peso en oro. Por ello, más de cuarenta años después, la venta de aquellas biblias ha acabado en los tribunales de EEUU en uno de los casos más rocambolescos de la historia de los souvenirs espaciales.
TODA UNA HISTORIA
Todo tiene su historia, y la de las nanobiblias lunares también. Comenzó en enero de 1967. En un trágico accidente, los tres tripulantes del Apolo I murieron achicharrados en un incendio mientras preparaban su viaje a la Luna. Entre ellos estaba Edward White, un ingeniero del Ejército del Aire que había realizado la primera caminata espacial de EEUU.
En una entrevista previa, White le dijo a un reportero que soñaba con poder llevar la Biblia a la Luna algún día. Sus palabras se convirtieron en una orden para el pastor John Stout. Stout era un hombre de ciencia profundamente creyente que trabajó para la NASA en Cabo Cañaveral durante los programas Geminis y Apolo después de ser ordenado en el pastorado.
La misión para llevar la Biblia a la Luna se llevó a cabo envuelta en secreto. Las manifestaciones cristianas en el espacio se habían convertido en asunto delicado para el Gobierno de EEUU. En 1968 los tripulantes del Apolo 8 habían leído fragmentos del Génesis durante una conexión con la Tierra para celebrar la Navidad, y la liga de Ateos Americanos denunció a la NASA por aquella ceremonia improvisada porque a su entender vulneraba la separación entre iglesia y Estado.
La agencia espacial prefirió mantener un perfil bajo en cuestiones religiosas desde entonces. Dejó que los astronautas siguieran haciendo pequeños ritos religiosos, como una santa cena improvisada durante la primera misión que llegó a la Luna, a bordo del Apolo 11, pero no las retransmitió en directo. Es de suponer que los responsables de la agencia no querían ni oír hablar de llevar una Biblia a la Luna ni mucho menos contarlo al mundo entero.
Luego estaba el problema del tamaño. La Biblia del Rey Jacobo era un tocho de más de 1.200 páginas y 773.746 palabras. Era imposible llevar siquiera unas pocas. Por eso las biblias que llegaron a la Luna podían sostenerse en la yema de un dedo. Eran pequeños cuadrados que llevaban las páginas de la biblia microfilmadas. Stout las había encargado a una empresa especializada. Para leer el Génesis o cualquier otro libro, hacía falta una lente de gran aumento.
Las 100 biblias que finalmente llegaron a la Luna cabían en un paquete del tamaño de una caja de cerillas. Una fotografía tomada en 1971 ha inmortalizado el momento en el que el reverendo Stout le dio aquel paquete al astronauta Edgar Mitchell, que accedió a llevárselas consigo.
“Llevaba las biblias en una bolsa donde nos permitían llevar nuestros objetos personales”, explica Mitchell a Materia, al teléfono desde Florida. El astronauta recuerda que su única preocupación fue que el paquete cumpliese con la estricta restricción de peso impuesta por los ingenieros de la NASA. Una vez confirmado, se olvidó del asunto. “Estaba demasiado ocupado para ocuparme de aquello”, comenta Mitchell.
Los libros microfilmados llegaron a la Luna aquella mañana de febrero a bordo del módulo de descenso. El paquete permaneció dentro de éste mientras Mitchell y Shepard pasaron dos días explorando su lugar de aterrizaje, el mismo en el que debía haberse posado la Apolo 13.
UNA BIBLIA CON PRECIO DE OTRO PLANETA
Pasados los años, el recuerdo de aquella misión “espiritual clandestina” casi se ha borrado, pero las diminutas biblias siguen valiendo miles de veces su peso en oro. Por ello, más de cuarenta años después, la venta de aquellas biblias ha acabado en los tribunales de EEUU en uno de los casos más rocambolescos de la historia de los souvenirs espaciales.
TODA UNA HISTORIA
Todo tiene su historia, y la de las nanobiblias lunares también. Comenzó en enero de 1967. En un trágico accidente, los tres tripulantes del Apolo I murieron achicharrados en un incendio mientras preparaban su viaje a la Luna. Entre ellos estaba Edward White, un ingeniero del Ejército del Aire que había realizado la primera caminata espacial de EEUU.
En una entrevista previa, White le dijo a un reportero que soñaba con poder llevar la Biblia a la Luna algún día. Sus palabras se convirtieron en una orden para el pastor John Stout. Stout era un hombre de ciencia profundamente creyente que trabajó para la NASA en Cabo Cañaveral durante los programas Geminis y Apolo después de ser ordenado en el pastorado.
La misión para llevar la Biblia a la Luna se llevó a cabo envuelta en secreto. Las manifestaciones cristianas en el espacio se habían convertido en asunto delicado para el Gobierno de EEUU. En 1968 los tripulantes del Apolo 8 habían leído fragmentos del Génesis durante una conexión con la Tierra para celebrar la Navidad, y la liga de Ateos Americanos denunció a la NASA por aquella ceremonia improvisada porque a su entender vulneraba la separación entre iglesia y Estado.
La agencia espacial prefirió mantener un perfil bajo en cuestiones religiosas desde entonces. Dejó que los astronautas siguieran haciendo pequeños ritos religiosos, como una santa cena improvisada durante la primera misión que llegó a la Luna, a bordo del Apolo 11, pero no las retransmitió en directo. Es de suponer que los responsables de la agencia no querían ni oír hablar de llevar una Biblia a la Luna ni mucho menos contarlo al mundo entero.
Luego estaba el problema del tamaño. La Biblia del Rey Jacobo era un tocho de más de 1.200 páginas y 773.746 palabras. Era imposible llevar siquiera unas pocas. Por eso las biblias que llegaron a la Luna podían sostenerse en la yema de un dedo. Eran pequeños cuadrados que llevaban las páginas de la biblia microfilmadas. Stout las había encargado a una empresa especializada. Para leer el Génesis o cualquier otro libro, hacía falta una lente de gran aumento.
Las 100 biblias que finalmente llegaron a la Luna cabían en un paquete del tamaño de una caja de cerillas. Una fotografía tomada en 1971 ha inmortalizado el momento en el que el reverendo Stout le dio aquel paquete al astronauta Edgar Mitchell, que accedió a llevárselas consigo.
“Llevaba las biblias en una bolsa donde nos permitían llevar nuestros objetos personales”, explica Mitchell a Materia, al teléfono desde Florida. El astronauta recuerda que su única preocupación fue que el paquete cumpliese con la estricta restricción de peso impuesta por los ingenieros de la NASA. Una vez confirmado, se olvidó del asunto. “Estaba demasiado ocupado para ocuparme de aquello”, comenta Mitchell.
Los libros microfilmados llegaron a la Luna aquella mañana de febrero a bordo del módulo de descenso. El paquete permaneció dentro de éste mientras Mitchell y Shepard pasaron dos días explorando su lugar de aterrizaje, el mismo en el que debía haberse posado la Apolo 13.
UNA BIBLIA CON PRECIO DE OTRO PLANETA
A
su regreso Mitchell, devolvió el paquete a Stout. Este repartió las
Biblias entre autoridades como Richard Nixon y el propio Bush y miembros
de la Liga de Oración del Apolo. También regaló una biblia lunar a la
viuda de White, el astronauta malogrado del Apolo I. Un número
de biblias quedaron en los archivos de la liga cristiana fundada por
Stout. El tiempo fue borrando el recuerdo de aquellos hechos hasta que
la existencia de las biblias lunares quedó casi en un completo olvido,
hasta 2010.
Ese año, representantes de un asilo de ancianos del Estado de Texas irrumpieron en una subasta de una de las Biblias lunares. Su propietaria era una escritora cristiana llamada Carol Mersch. El propio reverendo Stout le regaló la Biblia, según Mersch, que es la autora de un libro sobre la misión de la primera biblia lunar. Pero el Estado de Texas consideró que aquella Biblia era aún patrimonio de Stout y los bienes de Stout se encuentran ahora bajo la protección del Estado de Texas.
El lío legal entre Mersch y el Estado de Texas dura ya dos años. Un tribunal le dio permiso a la escritora para vender aquella Biblia (en teoría para ayudar a Stout y su esposa, que están en situación económica precaria, con los beneficios), pero el Estado de Texas ha apelado. Hasta que no haya resolución, la venta de la primera biblia lunar queda en un limbo legal.
Mientras, otras Biblias lunares siguen siendo un negocio redondo. Muchas de ellas están hoy en paradero desconocido y algunos cazadores de recuerdos espaciales las persiguen sin descanso. “La última se vendió en una subasta por 56.250 dólares [43.000 euros]”, explica David Frohman, “cazador” de Biblias lunares.
Frohman le compró nueve biblias lunares a James Stout, hermano del reverendo, que se las regaló en 1971. Este empresario y cazador de recuerdos espaciales posa en su página web con el palo de golf que Alan Shepard usó durante el Apolo 14 para hacer dos drives sobre la superficie lunar. Entre otros recuerdos, Frohman vendió la insignia identificativa de Mitchell durante el Apolo 14 por 60.000 dólares.
Asegura que él supo de la existencia de las biblias lunares de los Stout mucho antes que Mersch, pero que decidió mantenerlo en secreto para proteger al reverendo de los focos y la codicia de los cazadores de souvenirs espaciales.
En noviembre de 2012 la casa Sotheby’s subastó una Biblia completa de Frohman alcanzando un precio de más de 56.000 dólares. “Aquella biblia fue adquirida por Steve Green para incluirla a su colección de biblias, famosa en todo el mundo”, celebra Frohman.
El cazador de objetos espaciales dice que su biblia se unirá a una exposición itinerante llamada “Pasajes”. “La Biblia lunar se expondrá en el Vaticano durante 75 días en 2014 y después será depositada en su destino final: el Museo de la Biblia de Washington, en 2015”, añade Frohman.
Ese año, representantes de un asilo de ancianos del Estado de Texas irrumpieron en una subasta de una de las Biblias lunares. Su propietaria era una escritora cristiana llamada Carol Mersch. El propio reverendo Stout le regaló la Biblia, según Mersch, que es la autora de un libro sobre la misión de la primera biblia lunar. Pero el Estado de Texas consideró que aquella Biblia era aún patrimonio de Stout y los bienes de Stout se encuentran ahora bajo la protección del Estado de Texas.
El lío legal entre Mersch y el Estado de Texas dura ya dos años. Un tribunal le dio permiso a la escritora para vender aquella Biblia (en teoría para ayudar a Stout y su esposa, que están en situación económica precaria, con los beneficios), pero el Estado de Texas ha apelado. Hasta que no haya resolución, la venta de la primera biblia lunar queda en un limbo legal.
Mientras, otras Biblias lunares siguen siendo un negocio redondo. Muchas de ellas están hoy en paradero desconocido y algunos cazadores de recuerdos espaciales las persiguen sin descanso. “La última se vendió en una subasta por 56.250 dólares [43.000 euros]”, explica David Frohman, “cazador” de Biblias lunares.
Frohman le compró nueve biblias lunares a James Stout, hermano del reverendo, que se las regaló en 1971. Este empresario y cazador de recuerdos espaciales posa en su página web con el palo de golf que Alan Shepard usó durante el Apolo 14 para hacer dos drives sobre la superficie lunar. Entre otros recuerdos, Frohman vendió la insignia identificativa de Mitchell durante el Apolo 14 por 60.000 dólares.
Asegura que él supo de la existencia de las biblias lunares de los Stout mucho antes que Mersch, pero que decidió mantenerlo en secreto para proteger al reverendo de los focos y la codicia de los cazadores de souvenirs espaciales.
En noviembre de 2012 la casa Sotheby’s subastó una Biblia completa de Frohman alcanzando un precio de más de 56.000 dólares. “Aquella biblia fue adquirida por Steve Green para incluirla a su colección de biblias, famosa en todo el mundo”, celebra Frohman.
El cazador de objetos espaciales dice que su biblia se unirá a una exposición itinerante llamada “Pasajes”. “La Biblia lunar se expondrá en el Vaticano durante 75 días en 2014 y después será depositada en su destino final: el Museo de la Biblia de Washington, en 2015”, añade Frohman.
Fuente: Nuño Domínguez, en esmateria.com
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http://musicaconvidainternacional.blogspot.com/2013/02/apolo-14-hace-42-anos-un-plan-secreto.html
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